Rutina para quitarme la fofa de encima

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Fofa

La gente cree que tener una rutina es tener motivación.

Y bueno… ojalá fuera así de glamuroso.

Yo, sinceramente, no tengo ganas el 30% del tiempo.

Y el otro 70%… lo hago sin pensar. Como lavarme los dientes.

No me flipa lavarme los dientes, ¿a ti sí? Exacto. Pero se hace.

Hace dos años, ni rutina ni nada.

Tenía más desorden que el cajón de los cables.

Me ponía vídeos random en YouTube, ya sabes… “Glúteos de acero en 15 minutos”, “Piernas sin pesas”, “Abdomen en 7 días”.

Spoiler: lo único de acero era mi frustración.

Pijama, moño mal hecho, el gato mirándome desde el sofá con cara de “¿otra vez con los saltitos?”.

Y yo ahí, sudando la gota gorda, para al día siguiente… nada. Cero cambios. Cero superpoderes.

Luego venía el clásico:

Dos días comiendo como si me fuera la vida en la lechuga, y al tercero… pan, chocolate, lo que pillara.

Y el pensamiento de oro: “Ya lo he cagado. Pues hala, a lo loco.”

Error. Pero claro, lo entendí tarde.

Pensaba que tenía que hacerlo perfecto.

Pero no. Resulta que solo tienes que hacerlo lo mejor que puedas, el día que puedas, aunque sea a medias.

Y volver. Siempre volver.

Aunque falles.

Especialmente cuando fallas.

Con el tiempo me harté de la improvisación.

Y empecé a probar cosas más serias.

Pilates, HIIT, nombres raros con muchas siglas.

Hasta que un día… las pesas.

Ay. Las pesas.

El día que levanté más de lo que pensaba que podía, me enamoré un poquito. De mí, no de las pesas. Aunque bueno… casi.

Y ahora tengo rutina.

No de TikTok.

No de “hola, chicas” con filtro.

Pero mía. Mía de verdad.


Lunes: pierna.

Sentadillas, zancadas, peso muerto.

Acabo sudando como si me hubiera peleado con un dragón.

Pero salgo temblando. Y feliz. Medio destruida, pero con el ego hinchado.

Martes: descanso. O caminata larga si me da el aire.

Atardecer, auriculares, playlist melancólica. O a veces nada. Silencio. Solo yo y las chanclas.

Miércoles: tren superior.

Press, remo, hombros.

Antes pensaba que entrenar brazos era “de tíos”.

Ahora cargo las bolsas del súper como si estuviera en Los Juegos del Hambre.

Lo gozo.

Jueves: depende.

Movilidad. Core. A veces no hago nada.

Y ¿sabes qué? Me dejo en paz. No me castigo por descansar.

La culpa no quema calorías.

Viernes: pierna otra vez.

Glúteo. Bandas. Poleas. Elevaciones de cadera.

Mi día favorito.

No por tener culo de influencer—eso nunca llegó—sino porque ahí veo progreso real. Se nota. Se siente.

Sábado: funcional o circuito.

Subo pulsaciones, salto, sudo, me río.

O me arrastro. Según el ánimo.

A veces empiezo sin ganas y termino en modo “¿quién soy y por qué brillan mis mejillas?”

Domingo: sofá. Peli.

Y si me apetece, paseo lento. Tipo “no quiero cruzarme con nadie ni saludar”.

Y ya.

¿Perfecta? Ni de coña.

¿Constante? A mi manera.

Tengo días de bajón. De hambre emocional. Días en que vestirme con ropa de entreno ya me parece un deporte.

No me levanto a las 5.

No peso la comida.

No tengo un calendario con pegatinas de motivación.

Solo sé que cuando muevo el cuerpo, me siento mejor.

Y repito. Una y otra vez.

A veces fallo una semana entera.

A veces me siento hinchada como globo de feria.

Pero voy.

Ya no entreno para castigarme.

Entreno para recordarme… que sigo aquí.

Y que puedo.

🖤

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