El jueves me di cuenta de que no había hecho nada que pudiera llamarse “ejercicio” en toda la semana, salvo correr escaleras arriba cuando sonó el timbre. Así que, claro, el fin de semana iba a ser zona de recuperación a lo bestia.
Los sábados por la mañana son una incógnita. A veces empiezo con energía, otras sigo cargando la semana en los hombros. El último, arranqué tarde — café, mirar mensajes, y luego decidí hacer un circuito en el salón porque el tiempo parecía raro. Flexiones en una alfombra que se movía, sentadillas, remos con una banda que encontré debajo del sofá. A los 40 minutos salió el sol y cambié a zapatillas para salir a caminar. Nada de paisaje bonito, solo la vuelta pasando por las tiendas y de regreso.
El domingo las piernas lo notaban, pero fui igual. Intervalos cortos — 30 segundos dándole fuerte, un minuto más lento — hasta que perdí la cuenta. Creo que fueron diez rondas. Parada para agua, luego zancadas, planchas, unas cuantas cosas que me hicieron arrepentirme de no estirar bien el día anterior. En algún momento decidí ir andando hasta la cafetería en vez de hacerme el té en casa, lo que sumó otros 20 minutos sin planearlo.
A mitad de semana solo intento que el cuerpo no se quede rígido del todo. Diez minutos de estiramientos aquí, unas flexiones entre llamadas. Hay semanas que me acuerdo de coger la banda, otras no. Leí una vez en la página de la Organización Mundial de la Salud que los 150 minutos se pueden hacer como quieras, así que dejé de preocuparme por repartirlos “bien”.
Si lo que te frena no es el tiempo, sino la cabeza, te dejo esto: https://www.fofas.org/cuando-no-puedo-mas-pero-sigo/ — porque a veces lo que hay que mover primero es la motivación.
Dos días, cinco días, lo que sea. Suma los minutos como puedas. Los míos a veces son ordenados, a veces un caos. Los caóticos también cuentan.