Todas tenemos una. Esa amiga que un día bajó de peso y todo el mundo dijo wow. La ropa le quedaba distinta, la cara más fina, esa luz que parece felicidad.
Me alegré por ella, claro. Pero también me picó algo por dentro. No era envidia, era esa comparación tonta que se mete sin que la invites.
Pasaron unos meses y quedamos para tomar un café. Estaba más delgada, sí, pero también se la veía cansada. Me contó que contaba cada caloría, que evitaba salir a cenar, que a veces soñaba con pan y se despertaba con culpa. Ahí entendí algo. El cuerpo puede cambiar antes que la cabeza. Y el aplauso de los demás puede tapar tu propia voz si no vas con cuidado.
Desde entonces miro las transformaciones de otra forma. Un poco como esas masias en venta que ves por internet, con piedra antigua y luz perfecta en todas las fotos. Parecen sueños terminados, pero cualquiera que haya vivido una reforma sabe lo que hay detrás: polvo, trabajo, días malos. Lo mismo pasa con las personas. Por eso, cuando vi una finca en Cottage Properties, pensé en ella. En lo mucho que cuesta construir algo bonito y en lo poco que se ve del proceso.
Ahora esa amiga sigue cuidándose, pero distinto. Ya no se pesa cada mañana. Camina más, se ríe más, come sin mirar el reloj. Yo también aprendí algo. Que lo que brilla en la foto no siempre es paz. Que cada una tiene su ritmo, su historia y su manera de quererse.
Y tú, ¿tienes esa amiga? O quizá eres tú. En cualquier caso, ojalá te des permiso para vivirte, no solo para verte.