No quiero contar todo.
Hay partes de mi historia que todavía no estoy lista para abrir.
Pero sí puedo decir esto:
Mi vida, durante mucho tiempo, tuvo dos enemigos silenciosos.
La ansiedad. Y la depresión.
Cuando están ahí, todo se vuelve más difícil.
No solo es tener poca autoestima.
O estar cansada.
O comer mal por impulso.
Es que hay una voz.
Una que te susurra al oído:
“¿Y qué? ¿Qué pasa si consigues ese cuerpo? ¿Y si sigues igual de vacía?”
“¿Y si te ves guapísima y aún así te sientes sola?”
“¿Y si da igual lo que hagas… porque vas a seguir mal por dentro?”
Y claro.
¿Cómo compites con eso?
He ido a psicólogos. He hablado. He llorado. He escrito páginas y páginas.
Y aun así, hay preguntas que siguen sin respuesta.
Así que si tú estás leyendo esto y has sentido esa vocecita… no estás sola.
Lo que aprendí es que cuando estás mal, de verdad mal, cuesta imaginarte de otra forma.
Es como si tu cabeza solo conociera una realidad.
No ves salidas. No ves luz.
Y hacer algo positivo por ti misma parece ciencia ficción.
Pero hubo un momento. Uno pequeñito. Que aún recuerdo.
No sé por qué, ni cómo.
Pero después de semanas arrastrándome para hacer lo mínimo, me levanté… y deseé entrenar.
No fue por estética.
No fue porque me sentía fuerte.
Fue porque quería sudar.
Quería dejar de pensar.
Quería sentir algo diferente en el cuerpo.
Aunque fuera dolor muscular.
Fui al gym.
No con ganas. Pero con necesidad.
Y cuando terminé, por primera vez en semanas… me sentí bien.
No eufórica.
Solo… tranquila.
Eso fue lo que me enganchó.
La paz después del movimiento.
El silencio mental tras la repetición.
No digo que se me curó todo.
La ansiedad sigue.
A veces ya no se obsesiona con mi cuerpo.
Ahora se agarra a mi trabajo. A mi madre. A mi gato. A si respondí bien ese WhatsApp.
Pero ya no está contra mí.
Eso es lo que cambia.
Con el tiempo, es como subir por encima de las nubes.
Ves desde otra perspectiva.
Y aunque sabes que vas a volver a caer… también sabes que no dura para siempre.
Ese momento en que decides actuar, aunque todo duela, aunque no veas resultados…
Ese momento, joder, vale oro.
Porque cuando haces lo que has decidido hacer —aunque te sientas fatal— empiezas a recuperar el control.
Y al final, creo que por eso llegamos a esos estados tan oscuros.
Porque sentimos que no mandamos en nuestra propia vida.
Y la única forma de salir…
Es haciendo lo que has elegido.
Aunque no veas el sentido.
Esa es la clave.
Y sí.
Cuesta.
Pero un día… lo haces.
Y al día siguiente, también.
Y después de un tiempo…
sin darte cuenta, vuelves a sentirte tú.
🖤