La Ensalada que Me Mintió

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Fofa

Pedí una ensalada porque decidí, otra vez, que esta sería la semana en la que dejaría de estar blanda. El camarero sonrió con esa cara de quien ya ha visto este tipo de promesas muchas veces. Ni siquiera preguntó si quería pan. Lo trajo directamente. Pan caliente, perfecto, con olor a vida mejor. Me quedé mirándolo un minuto entero, como si me hubiera traicionado.

La ensalada llegó con cara de lunes. Lechuga mojada, unas tiras de pollo tristes y un aliño sospechosamente dulce. La pinché un poco con el tenedor. Encontré medio huevo duro escondido bajo las hojas, como si no quisiera formar parte de esto.

Intenté parecer entusiasmada. Hasta hice una foto para el grupo de WhatsApp donde supuestamente compartimos “hábitos saludables”, aunque nunca llegué a enviarla. A mitad del plato ya tenía hambre otra vez. Me bebí el vaso de agua demasiado rápido y volví a mirar el pan. El pan también me miró. Duré cuatro minutos antes de arrancar un trozo. Se escuchó claramente el sonido de mi fuerza de voluntad rompiéndose.

Comer sano en España es una guerra perdida. Todo huele bien, todo está frito, y todo tiene pan al lado. Paso por bares donde las croquetas son religión. Mis amigos dicen “venga, una tapa no cuenta” y en media hora ya llevo seis. He intentado decir que no de forma amable, pero la gente te mira como si estuvieras pasando por una crisis existencial.

Por la noche ya estaba enfadada. Conmigo, con la ensalada y con todo el concepto del “bienestar”. Me hice otra para compensar, con lo que encontré en la nevera: lechuga medio muerta, un tomate y una lata de atún. Le eché aceite de oliva, porque lo “mediterráneo” suena saludable, aunque básicamente eché medio litro.

Me la comí de pie. Ahora lo hago así. De pie suena a decisión consciente, no a pura flojera. Después abrí el armario y vi las galletas. Me prometí solo olerlas. Ya sabes cómo terminó eso.

Es raro. Puedes hacerlo todo bien durante doce horas y sentir que lo echas todo a perder en cinco minutos. Antes me habría rendido y pedido una pizza. Ahora simplemente me lavo los dientes temprano y lo llamo progreso.

La gente piensa que mejorar es cuestión de motivación, pero en realidad se trata de paciencia. De perdonarte cada día, a veces dos veces antes de comer. Quizás esa sea la dieta real. Menos castigo, más empezar otra vez mañana.

La ensalada me mintió, sí. Pero probablemente yo mentí primero. Y a lo mejor no pasa nada.


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