La semana en que escondí la báscula y aun así supe que iba ganando

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Fofa

Lunes. Deslicé la báscula bajo la cama como un secreto y me hice un trato: siete días sin números. No porque los números sean malos. Porque la semana pasada dejé que tres dígitos decidieran cómo sentirme con mi cara. Esta semana quería otro informe.

Este fue el plan. Sin dietas. Sin castigos. Siete chequeos que puedes hacer con el cerebro cansado y un día lleno.

1) Espejo de mañana, un minuto

Párate, respira y nombra tres cosas que hoy van bien. Piel clara. Gemelos fuertes por las escaleras. Hombros menos tensos. Si tu crítico interior arranca un discurso, di “no ayuda” en voz alta y nombra una cuarta cosa buena. Luego deja el espejo. No necesitas ganar una discusión para cepillarte los dientes.

2) Hambre real vs. la otra

Antes de comer pregunto: dónde siento esto. Estómago = probablemente hambre. Boca o cabeza = quizá consuelo, aburrimiento, estrés. Si es consuelo, a veces igual como, pero digo la parte silenciosa en voz alta: “quiero algo rico porque tuve una llamada larga”. La honestidad gana a la culpa. Si es hambre, sumo proteína y algo verde y paro cuando se va el impulso de tragar el tenedor.

3) Movimiento de 20 minutos

Cada día, una vez. Sin heroicidades. Pongo un temporizador y hago cualquier mezcla de caminar, sentadillas lentas, flexiones en la pared, puentes de cadera. Si lo odio en el minuto cinco, cambio. Si termino en el diecinueve, cuenta igual. La constancia es una puerta por la que el cuerpo entra si se la dejas abierta.

4) Agua y victorias aburridas

Dos vasos grandes antes de comer, dos antes de cenar. Los marco con puntos en notas. No es glamuroso. Funciona. También escribo una victoria aburrida al día: “no terminé las patatas”, “subí con bolsas por las escaleras”, “dejé de hacer scroll a medianoche”. Las victorias aburridas construyen una vida ruidosa.

5) Prueba de ropa, no de dolor

A mitad de semana me probé los vaqueros que en junio eran antipáticos. No obligo el botón. Solo observo: cremallera más alta, igual o no. Datos sin drama. Si es “no”, agradezco a los vaqueros su servicio y uso algo que me quede ahora. La ropa es herramienta. No juez.

6) Dormir como si importara

Móvil lejos. Ventana un dedo abierta. Luz baja. Si mi cabeza hace listas a las 2 a. m., escribo tres frases a oscuras y perdono a mi cerebro por querer ayudar. Nada que quiera mañana llegará antes porque me castigue esta noche.

7) Comida amable, plato simple

Desayuno armable medio dormida: yogur, fruta, avena; o huevos con tostada. Comida que un niño podría dibujar: proteína, verdura, algo con almidón. Cena del congelador si el día gana. Puedo estar cansada y comer bien. Sal y limón arreglan casi todo.

Lo que pasó de verdad

Día 1. Hice el minuto de espejo y no lo odié. Caminé veinte minutos con un podcast sobre problemas de otra gente. Los snacks de la noche quisieron pasar. Tomé uvas y dos onzas de chocolate y me fui a dormir sintiéndome persona, no proyecto.

Día 2. Trabajo en llamas. Comí rápido y regular. Aun así paré cuando la comida perdió su superpoder. Victoria aburrida: me tomé el agua en serio. Los vaqueros se quedaron en el cajón. Bien hecho.

Día 3. Quise pesarme. No lo hice. Subí por las escaleras porque el ascensor tardaba y descubrí que mis piernas son más fuertes que mi paciencia. Cena en bol: arroz, tomate, atún, aceite de oliva, limón. Supo a calma.

Día 4. Volvió hambre real vs. otra. Quise algo dulce a las 11 y me di cuenta de que quería un descanso, no comida. Salí cinco minutos y luego comí a propósito en vez de castigarme por querer un momento.

Día 5. Prueba de ropa. Los vaqueros cerraron igual que la semana pasada. Ni peor ni mejor. Mi cara se veía descansada y cuenta. Paseo nocturno con una amiga. Nos reímos de nada y de todo. El sueño llegó como perro que por fin se sienta.

Día 6. Cociné una olla de garbanzos con ajo y pimentón y lo llamé meal prep. La modorra de la tarde intentó contratarme. Bebí agua y dije que no. Orgullosa de ese “no”.

Día 7. Eché menos de menos el número de lo que esperaba. Eché más de menos el “bien hecho” que da, más de lo que admito. Lo escribí. Luego bailé diez minutos en la cocina porque la música hace más fácil la honestidad.

Lo que aprendí

  • La báscula es feedback. No veredicto. Una semana sin ella me enseñó cuántas victorias ignoraba porque no pitaban en una pantalla.
  • La motivación es inestable. Las rutinas son más amables. Si hago los 20 minutos antes de que mi cerebro se queje, gano.
  • Mi cuerpo no es un boletín moral. Es el lugar donde vivo. Si lo trato como a una compañera de piso que me cae bien, todo funciona mejor.

Pequeño kit para copiar

  • Esconde la báscula siete días. Pon recordatorio para sacarla el lunes.
  • Escribe los siete chequeos en un post-it: espejo, hambre, 20 minutos, agua, ropa, sueño, plato simple.
  • Lista de victorias aburridas. Una al día.
  • Una amiga en marcación rápida para “¿paseo?”.
  • Una comida por defecto que montes en cinco minutos.

Si tu semana viene torcida

Puedes empezar en jueves. A las 16:00. Después de tarta. No necesitas permiso de perfección. Elige la siguiente opción amable. Luego otra.

La semana que viene sacaré la báscula. Puede que baje. Puede que no. En todo caso ahora tengo más de un informe. Mis vaqueros, mi sueño, mi agua, mis paseos, mi minuto de espejo, mi baile silencioso en la cocina. Todo eso cuenta. Todo suma.

Si pruebas tus siete días, cuéntame una victoria aburrida de la que estés orgullosa. Las colecciono como perlas y publicaré algunas. Alguien por ahí necesita tu logro ordinario para volver a verlo posible.

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