Como empezó todo…

How I got started on this path

Hola.

No, no me llamo Fofa.

Pero durante años… así me sentía.

Fofa. Punto.

Y no por no mover el culo. No era una de esas que se mete media caja de donuts viendo Netflix y luego llora porque no le entra el vaquero.

Que va.

Siempre estuve intentándolo.

Pero, no sé.

Genética jodida, metabolismo que parecía estar de huelga.

Comía una tostada… y mi cuerpo lo archivaba como si hubiera sido un buffet libre.

En el insti, ya era la otra.

La que no hablaba de bikinis.

La que se reía en la charla, pero pensaba en cómo meterse al agua con camiseta.

Sin parecer rara.

Spoiler: se nota igual.

Tuve relaciones. De todo un poco.

Las de “bueno, podría ser peor” y las de “¿qué carajo hago aquí?”.

Pero hubo una…

Una que me dejó marca.

Él era encantador.

Al principio.

De esos que saben lo que decir. Te escuchan. Te hacen reír. Te miran como si fueras especial.

Hasta que un día…

me agarra la cintura, sonríe, y dice:

“Ya toca gym, ¿no?”

Así. Como quien comenta el tiempo.

Me reí.

Por reflejo, no por gracia.

Por dentro sentí el clic. Ese clic que no suena, pero rompe.

Después de una bronca—fea, con gritos, con puertas—le dejé.

Me costó. Más de lo que quiero admitir.

No fue una escena de película. No hubo fondo musical ni aplausos.

Solo yo. Sola.

Pensando por qué había aguantado tanto disfraz con etiqueta de “humor”.

Y ahí empezó el cambio.

No uno de esos de Instagram, con fotos de antes y después.

No.

Uno lento, torpe. Raro.

Yo dando paseos por la playa con cara de “no sé a dónde voy”.

YouTube puesto. El gato juzgando mis sentadillas.

Comiendo mejor, pero sin castigarme.

Sin apps que gritan “¡te pasaste 200 calorías!”.

El gimnasio…

madre mía.

Parecía una escena de Modern Family.

Yo ahí, perdida, sudando desde el minuto dos, fingiendo saber qué era una polea.

Pero volví.

Y volví.

Y volví.

Aunque me dieran agujetas hasta en el alma.

Aunque nadie me dijera “bien hecho”.

Aunque tuviera días de “¿para qué carajo hago esto?”

Pasé de 82 a 64 kilos.

Pero, sinceramente, eso… me da un poco igual.

Lo que cambió fue otra cosa.

La forma en que me miré al espejo un martes cualquiera, con la camiseta empapada y el moño mal hecho, y pensé:

«Eh. Mira tú. No está tan mal.»

Ahora tengo músculo.

Fuerza.

Y sí, hay tíos que lo ven y sueltan “buah, estás más fuerte que yo”.

Como si fuera un insulto.

Me río.

Porque no me importa.

Ya no juego a gustarles.

Ni a caer bien.

Ni a encajar.

Vivo en Benidorm.

Trabajo online.

Entreno 4-5 veces a la semana.

No subo selfies al espejo.

No vendo batidos mágicos.

No soy influencer.

Solo soy una tía que se cansó de pedir permiso para existir.

No digo mi nombre.

Todavía.

Porque hay gente por ahí que me conoce. Que igual lee esto. Que igual aún cree que puede opinar.

Pero cada vez… me importa menos.

Fofas.org no es solo mi historia.

Es la de todas las que se sintieron incómodas en su cuerpo.

Las que pidieron ensalada con hambre de pizza.

Las que rieron chistes que dolían.

Las que se taparon con sudaderas en agosto.

Aquí no hay cuerpos perfectos.

Hay historias. Reales. Con sus bajones, sus logros tontos, sus días de mierda.

Y si has llegado hasta aquí…

gracias.

De verdad.

Estamos en esto juntas.

Y joder, ya era hora.

🖤